Aquí os dejo la portada en papel, muy pronto estará disponible!
Lago
Azul era el nombre que Los Maestros dieron a la ciudad donde vivían los brujos
de todo el mundo. Fue creado gracias al agua del Lago Místico, que poseía
propiedades mágicas y cuyo uso estaba restringido.
Los
Maestros, como llamaban a los brujos más poderosos de la comunidad, se
encargaban del orden y la seguridad de los suyos, así como de imponer las
reglas y castigos. Eran muy severos e implacables con los que desobedecían las
normas o actuaban en contra de alguien de la ciudad. En estos casos, habían
llegado incluso a desterrar a los traidores al Otro Lado, dejándolos aislados y
sin poder usar su magia nunca más.
No
era la primera vez que habían sufrido las consecuencias de los actos de un
brujo de corazón negro −aquellos que practicaban la magia oscura−, y las
consecuencias devastadoras que habían llevado consigo, pero en la última
ocasión que esto pasó, casi habían acabado con aquello por lo que tanto habían
luchado.
Valeria
era una joven que sin saberlo, fue la herramienta de su propio padre: Samuel.
Este era un brujo que había sido desterrado por haber usado el agua prohibida
con otra bruja de la comunidad y con ello había podido entrar en su corazón y
su vida sin que aquella pudiera impedirlo. Con ello, la bruja que no era otra
que la madre de Valeria, se había visto obligada a casarse con él y más tarde
dar a luz a su preciosa hija.
Los
descendientes de los brujos de corazón negro, siempre sentían inclinación por
el mal, ya que la sangre de sus progenitores corría por sus venas y eso era
algo que preocupaba a Nadia, madre de Valeria, y a su padrastro, Arturo. Ellos
se casaron poco después. Fue un alivio que el engaño fuera descubierto y los maestros
actuaran desterrando al malvado brujo.
Gracias
a eso, fueron una familia y al poco tiempo tuvieron otra hija.
Pero
aquel no se dio por vencido. Tiempo después, robó el poder interior de los
brujos del Otro Lado y consiguió manipular la mente de Valeria para que
hechizara a su propia hermana. Quería conseguir que ella fuera desterrada con
él y en el proceso, unir El Otro Lado con la ciudad de Valle Azul, sumiéndolo
todo en la oscuridad para que nadie le impidiera poder entrar a formar parte de
nuevo de la comunidad de brujos.
Los
Maestros ayudaron a Valeria a impedir la tragedia y gracias a su fuerza
interior, ella pudo vencer su lado oscuro y a aquel que quería aprovechar su
mayor debilidad para conseguir sus malvados y egoístas propósitos.
La
joven bruja tuvo la vida de muchas personas e incluso la de sus familiares en
sus manos y gracias a su valentía y a la de Esmeralda, la bruja que sería su
cuñada, pudo salvarlos a todos.
Tras
unas semanas en que la oscuridad había estado a punto de acabar con la ciudad, poco
a poco la normalidad se iba instalando en los hogares de los brujos. Sin
embargo había algo que Los Maestros no habían contemplado cuando usaron su
magia para mandar a Valeria al Otro Lado y era que, al traerla de vuelta a ella
y a su hermana, habían transgredido sus propias normas impuestas y eso había
provocado una fisura entre los dos Planos.
La
noche del “Baile de la Luz”, la Maestra Bárbara, recibió una visita inesperada
y preocupante: su hermano había ido hasta allí para advertirla de sus
propósitos.
Desde
ese instante, los cuatro Maestros se maldijeron por no haber actuado ellos
mismos y haber acabado con Samuel, ya que eran los únicos que poseían
suficiente magia para haber ido y vuelto al Otro Lado sin que hubiera causado
ningún daño a la integridad del Plano Místico.
Debían
actuar, pero no sabían cómo.
La última semana de los preparativos de una boda, era la más
agotadora. Esmeralda se dio cuenta de ello por ser la principal dama de honor
de Valeria.
Estaba feliz por su amiga y por su hermano Bruno, que era el
novio. Sin embargo, el enlace le traía amargos recuerdos del pasado.
Entendía el motivo por el que quisieron adelantar la fecha de
la boda: desde aquel desafortunado incidente, deseaban permanecer juntos y
empezar a vivir su vida lo antes posible. Habían estado a punto de perderlo
todo y ese hecho los unió más que nunca. Aquello hizo comprender a Valeria
cuánto le amaba Bruno en realidad y Esmeralda se alegró de que lo ocurrido
hubiera servido para algo bueno.
Al no poder coincidir con el baile anual de Los Maestros,
decidieron celebrarla antes de final de octubre y por lo tanto, todos los
implicados estaban trabajando mucho para que los detalles de la ceremonia
estuvieran a punto.
Esmeralda tenía que reunirse con Valeria en su casa, donde
habían formado un numeroso grupo de brujas que ayudaban a plantar las flores
que adornarían la casa ese día.
Las bodas entre brujos eran distintas de las de los humanos.
El ritual que los uniría para siempre lo realizaban Los Maestros. Los invitados
y todo aquel que quisiera acercarse a la casa de la novia el gran día para
darle sus regalos y bendiciones, deberían ir vestidos con sencillez y tan solo
era obligatorio llevar puesta la capa de color azul oscuro que siempre llevaban
para los rituales y ceremonias importantes.
Aunque todo lo material y superficial estaba de más entre las
brujas, las novias siempre adornaban su hogar y preparaban un banquete especial
para aquellos que acudirían a visitarla en un día tan especial.
Cuando Esmeralda llegó, el olor de las flores penetró en sus
fosas nasales, haciendo que aspirara su dulce aroma. Lirios, tulipanes, rosas y
otras variedades estaban creciendo en los jarrones con agua que las jóvenes
brujas usaban para realizar los hechizos que les permitirían tenerlas listas a
tiempo.
Valeria les dejó que se ocuparan de ellas, ya que así también
practicaban para sus clases de magia que impartían Los Maestros.
Esmeralda encontró a su amiga escribiendo algo en un papel y
a su hermana justo a su lado haciendo lo mismo. Se acercó a ellas y sonrió,
intentando que su rostro no aparentara la chispa de tristeza que sentía esos
días.
—Buenos días, ¿qué estáis haciendo?
Ambas levantaron sus miradas y le pusieron mala cara.
Esmeralda arrugó el entrecejo y se preguntó qué ocurría.
—Estoy con los votos.
—Y yo con mi discurso para la boda.
Respondieron las dos, a la vez que resoplaban y se miraban
entre sí con cara de resignación.
—Al parecer no tenemos don de palabra, nos está costando
mucho escribir algo y se nos acaba el tiempo —explicó Valeria.
—Pues… —dijo algo insegura—. Yo estoy para ayudar. Si quieres,
Cintia y yo te ayudamos con los votos y luego le echo una mano a tu hermana. Al
fin y al cabo no es buena idea que escuches lo que ella dirá ese día, ¿qué os
parece?
La miraron aliviadas y con un brillo de ilusión. No habían
podido contar con la ayuda de las chicas más jóvenes porque se les ocurrían
frases demasiado infantiles o se ponían a reír sin parar en lugar de dar ideas.
Estaban mejor ocupadas con las flores, ya que hacían algo útil y las mantenían centradas
y en silencio para que las hermanas pudieran terminar sus tareas.
Esmeralda cogió una silla y las acompañó. Observó que los
papeles que tenían delante estaban llenos de garabatos y algunos dibujitos y
eso la hizo reír con ganas. Ninguna era partidaria de la lectura y la escritura
e iban a necesitar su ayuda. Le iba a costar trabajo pensar en unos votos
matrimoniales que irían dirigidos a su propio hermano, pero lo intentaría.
—Bueno, Val. Los votos son muy personales y solo puedo
aconsejarte. No es buena idea que redacte los votos para mi hermano mayor. Lo
quiero mucho, pero es demasiado…
Soltaron unas risitas y eso relajó el ambiente. Valeria puso
una mirada soñadora y Cintia y Esmeralda se miraron sonrientes. Se la veía
radiante de felicidad y ellas se alegraban.
—Te escucho —anunció algo nerviosa y con una pluma mágica en
la mano.
—Lo importante es centrarte en el futuro. Piensa en lo que
sientes por él, en la familia que tendréis y en lo mucho que le quieres. Él te
adora y digas lo que digas ese día, será precioso.
—Eso espero, no he sido muy simpática con él estos años. La
verdad es que no sé cómo me ha aguantado.
Cintia soltó una risotada y enseguida se calló, al ver la
expresión seria de su hermana. No le hacía gracia darse cuenta de que se lo
había hecho pasar tan mal, con lo que no le gustaba que la gente se lo
recordara o que hicieran gracias al respecto.
Siempre se habían tratado como unos simples conocidos aunque
Bruno estuvo colado por ella desde la infancia.
Esmeralda lo sabía porque tenía que oír cada día a su hermano
hablando de las muchas cosas que le gustaban de ella. A veces le resultaba
agotador, pero era su único hermano y le quería, además Valeria era una buena
chica y en las últimas semanas habían llegado a ser buenas amigas, por lo que
pensaba que haber tenido que soportar las innumerables conversaciones sobre el
amor de los tortolitos, había tenido su recompensa. Ahora formaban una pareja encantadora
y les deseaba toda la felicidad del mundo.
Pensaba que tenían suerte y era algo que debían valorar. Ella
tuvo la desgracia de perder a su prometido y todavía sentía una tristeza
desgarradora por lo ocurrido.
Benjamín siempre había tenido una mirada o una palabra amable
para ella. Desde pequeños habían estado muy unidos por ser vecinos y tener
personalidades parecidas: eran tranquilos, amables y amantes de los libros y la
pintura.
Les gustaba practicar magia juntos y compartir opiniones de
sus libros favoritos.
Siempre estuvo enamorada de él, por su belleza y simpatía. Se
alegró enormemente cuando el día que cumplió dieciocho años, en su ceremonia de
transición, él pidió su mano y con gran alegría toda su familia aprobó la
unión.
Fue el día más feliz de toda su vida, porque como él era tres
años mayor, pensaba que jamás podría estar a su nivel y se fijaría en otras
chicas de su edad. Fue un alivio para su corazón ver que sentía lo mismo que
ella.
La felicidad duró un año, pues después de ese tiempo, el
destino decidió que ellos no pasarían juntos el resto de sus vidas.
Un trágico accidente de coche les separó para siempre y
Esmeralda perdió a su amor y su mejor amigo. Esa nota de tristeza no abandonaba
nunca su mirada ni su corazón y aunque se esforzaba por seguir adelante, su
vida se paró aquel fatídico día.
Los Maestros comprendiendo su situación, no la forzaron a
realizar un nuevo compromiso. Le dieron tiempo para que llorara su pérdida y le
dijeron que cuando estuviera lista para pasar página, hablara con su familia.
Si no quería volver a unirse a otro brujo, lo respetarían.
Había pasado ya un año de aquello y Esmeralda no esperaba
volver a enamorarse nunca. No le preocupaba en absoluto, pero lo lamentaba por sus
padres, que habían estado ilusionados con el matrimonio y los nietos que este
les proporcionaría. Algo que ella ya no consideraba, aunque le pesara.
Apartó esos sombríos pensamientos y se concentró en oír las
frases que Valeria anotaba en su papel y pronunciaba en voz alta, esperando la
aprobación de ella y su hermana menor.
Entre bromas y risas estaban, por los comentarios de Valeria
con tonos graciosos y melodramáticos, que apenas notaron una presencia ajena
que las observaba.
Esmeralda sintió un ligero hormigueo en la nuca y se volvió
rápido con un nerviosismo que jamás había sentido, ni siquiera cuando Valle Azul
se sumió en tinieblas.
Nadia y Arturo, los padres de Valeria y Cintia, entraron
entonces en el comedor.
Esmeralda se olvidó por el momento de aquello que había
sentido, bien podía deberse a su imaginación. Los padres de la novia susurraban
y se dirigían miradas cómplices hasta que se percataron de que las chicas
estaban observando desde la mesa con gran interés.
—¿Qué pasa? —preguntó Valeria con los ojos entrecerrados.
—Absolutamente nada —aseguró la madre guiñando un ojo.
Las chicas sonrieron y la novia resopló al ver que planeaban
algo sin contar con ella. No le hacían gracia las sorpresas, sin embargo sus
padres estaban seguros de que la que tenían prevista le agradaría mucho. Sin
decir palabra se marcharon por la puerta con gesto misterioso y se quedaron
solas. Valeria estaba pensativa y les dijo que se iba a su habitación a
descansar un rato.
—¿Estás bien? —preguntó Esmeralda con preocupación.
—Si tranquila, es que anoche pasé mucho rato hablando con tu
hermano y me dormí tarde.
—Seguro que hablando... —insinuó su hermana con una sonrisa
diabólica.
Las mejillas de Valeria se tiñeron de rojo, abrió la boca y
la cerró repetidas veces, no sabía que decir ante la idea de que su hermana
supiera que a veces Bruno y ella salían juntos a pasear por la noche.
—¿Que dices pequeñaja? Si ni siquiera vino a casa...
—Puede que anoche no... —añadió
Cintia.
—Calla... —dijo avergonzada—. No hagas caso Esme. Mi hermana
no sabe lo que dice.
—Tranquila, no eres la única que se ve con su chico a
hurtadillas.
Recordó cuando Benjamín iba a verla por las noches en secreto
y se sentaban durante horas en el viejo árbol que había junto a su ventana.
Incluso sus padres lo sabían, pero jamás les dijeron nada ya que los dos eran
sensatos pese su juventud y nunca se alejaban ni hacían nada malo.
Eran momentos felices que nunca volverían y la tristeza inundó
de lágrimas sus ojos.
Valeria al darse cuenta de su estado y percatándose del
posible motivo, se acercó y la abrazó. La besó en la frente y le hablo con
suavidad.
—Tranquila, tendrás una nueva oportunidad cuando estés
preparada.
—Eso me da igual, sólo lo quiero a él —dijo con suavidad y
con voz apagada.
—Lo sé.
Se miraron y no hicieron falta palabras, había cosas
imposibles y no había más remedio que aceptarlas.
—Descansa. —Le dijo a Valeria—. Yo me quedo con tu hermana y
le echo una mano con su discurso para la ceremonia.
—Está bien —dijo asintiendo con la cabeza.
Desapareció escalera arriba y cuando Esmeralda miro a Cintia
vio que estaba impaciente e ilusionada con que la ayudara, totalmente ajena a
lo que había pasado un momento antes. Aunque todos conocían lo ocurrido, no
muchos sabían entender el dolor que suponía una tragedia así.
Era normal que no supiera lo que se sentía al perder a tu
alma gemela, pero en cierta medida se alegraba. No le deseaba eso a nadie y
mucho menos a alguien tan joven.
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