jueves, 23 de octubre de 2014

Lo que ocultas - Primer capítulo



Aquí os dejo la portada en papel, muy pronto estará disponible!









Lago Azul era el nombre que Los Maestros dieron a la ciudad donde vivían los brujos de todo el mundo. Fue creado gracias al agua del Lago Místico, que poseía propiedades mágicas y cuyo uso estaba restringido.

Los Maestros, como llamaban a los brujos más poderosos de la comunidad, se encargaban del orden y la seguridad de los suyos, así como de imponer las reglas y castigos. Eran muy severos e implacables con los que desobedecían las normas o actuaban en contra de alguien de la ciudad. En estos casos, habían llegado incluso a desterrar a los traidores al Otro Lado, dejándolos aislados y sin poder usar su magia nunca más.

No era la primera vez que habían sufrido las consecuencias de los actos de un brujo de corazón negro −aquellos que practicaban la magia oscura−, y las consecuencias devastadoras que habían llevado consigo, pero en la última ocasión que esto pasó, casi habían acabado con aquello por lo que tanto habían luchado.

Valeria era una joven que sin saberlo, fue la herramienta de su propio padre: Samuel. Este era un brujo que había sido desterrado por haber usado el agua prohibida con otra bruja de la comunidad y con ello había podido entrar en su corazón y su vida sin que aquella pudiera impedirlo. Con ello, la bruja que no era otra que la madre de Valeria, se había visto obligada a casarse con él y más tarde dar a luz a su preciosa hija.

Los descendientes de los brujos de corazón negro, siempre sentían inclinación por el mal, ya que la sangre de sus progenitores corría por sus venas y eso era algo que preocupaba a Nadia, madre de Valeria, y a su padrastro, Arturo. Ellos se casaron poco después. Fue un alivio que el engaño fuera descubierto y los maestros actuaran desterrando al malvado brujo.

Gracias a eso, fueron una familia y al poco tiempo tuvieron otra hija.

Pero aquel no se dio por vencido. Tiempo después, robó el poder interior de los brujos del Otro Lado y consiguió manipular la mente de Valeria para que hechizara a su propia hermana. Quería conseguir que ella fuera desterrada con él y en el proceso, unir El Otro Lado con la ciudad de Valle Azul, sumiéndolo todo en la oscuridad para que nadie le impidiera poder entrar a formar parte de nuevo de la comunidad de brujos.

Los Maestros ayudaron a Valeria a impedir la tragedia y gracias a su fuerza interior, ella pudo vencer su lado oscuro y a aquel que quería aprovechar su mayor debilidad para conseguir sus malvados y egoístas propósitos.

La joven bruja tuvo la vida de muchas personas e incluso la de sus familiares en sus manos y gracias a su valentía y a la de Esmeralda, la bruja que sería su cuñada, pudo salvarlos a todos.


Tras unas semanas en que la oscuridad había estado a punto de acabar con la ciudad, poco a poco la normalidad se iba instalando en los hogares de los brujos. Sin embargo había algo que Los Maestros no habían contemplado cuando usaron su magia para mandar a Valeria al Otro Lado y era que, al traerla de vuelta a ella y a su hermana, habían transgredido sus propias normas impuestas y eso había provocado una fisura entre los dos Planos.

La noche del “Baile de la Luz”, la Maestra Bárbara, recibió una visita inesperada y preocupante: su hermano había ido hasta allí para advertirla de sus propósitos.

Desde ese instante, los cuatro Maestros se maldijeron por no haber actuado ellos mismos y haber acabado con Samuel, ya que eran los únicos que poseían suficiente magia para haber ido y vuelto al Otro Lado sin que hubiera causado ningún daño a la integridad del Plano Místico.

Debían actuar, pero no sabían cómo.




 

La última semana de los preparativos de una boda, era la más agotadora. Esmeralda se dio cuenta de ello por ser la principal dama de honor de Valeria.

Estaba feliz por su amiga y por su hermano Bruno, que era el novio. Sin embargo, el enlace le traía amargos recuerdos del pasado.

Entendía el motivo por el que quisieron adelantar la fecha de la boda: desde aquel desafortunado incidente, deseaban permanecer juntos y empezar a vivir su vida lo antes posible. Habían estado a punto de perderlo todo y ese hecho los unió más que nunca. Aquello hizo comprender a Valeria cuánto le amaba Bruno en realidad y Esmeralda se alegró de que lo ocurrido hubiera servido para algo bueno.

Al no poder coincidir con el baile anual de Los Maestros, decidieron celebrarla antes de final de octubre y por lo tanto, todos los implicados estaban trabajando mucho para que los detalles de la ceremonia estuvieran a punto.


Esmeralda tenía que reunirse con Valeria en su casa, donde habían formado un numeroso grupo de brujas que ayudaban a plantar las flores que adornarían la casa ese día.

Las bodas entre brujos eran distintas de las de los humanos. El ritual que los uniría para siempre lo realizaban Los Maestros. Los invitados y todo aquel que quisiera acercarse a la casa de la novia el gran día para darle sus regalos y bendiciones, deberían ir vestidos con sencillez y tan solo era obligatorio llevar puesta la capa de color azul oscuro que siempre llevaban para los rituales y ceremonias importantes.

Aunque todo lo material y superficial estaba de más entre las brujas, las novias siempre adornaban su hogar y preparaban un banquete especial para aquellos que acudirían a visitarla en un día tan especial.

Cuando Esmeralda llegó, el olor de las flores penetró en sus fosas nasales, haciendo que aspirara su dulce aroma. Lirios, tulipanes, rosas y otras variedades estaban creciendo en los jarrones con agua que las jóvenes brujas usaban para realizar los hechizos que les permitirían tenerlas listas a tiempo.

Valeria les dejó que se ocuparan de ellas, ya que así también practicaban para sus clases de magia que impartían Los Maestros.
Esmeralda encontró a su amiga escribiendo algo en un papel y a su hermana justo a su lado haciendo lo mismo. Se acercó a ellas y sonrió, intentando que su rostro no aparentara la chispa de tristeza que sentía esos días.

—Buenos días, ¿qué estáis haciendo?

Ambas levantaron sus miradas y le pusieron mala cara. Esmeralda arrugó el entrecejo y se preguntó qué ocurría.

—Estoy con los votos.

—Y yo con mi discurso para la boda.

Respondieron las dos, a la vez que resoplaban y se miraban entre sí con cara de resignación.

—Al parecer no tenemos don de palabra, nos está costando mucho escribir algo y se nos acaba el tiempo —explicó Valeria.

—Pues… —dijo algo insegura—. Yo estoy para ayudar. Si quieres, Cintia y yo te ayudamos con los votos y luego le echo una mano a tu hermana. Al fin y al cabo no es buena idea que escuches lo que ella dirá ese día, ¿qué os parece?

La miraron aliviadas y con un brillo de ilusión. No habían podido contar con la ayuda de las chicas más jóvenes porque se les ocurrían frases demasiado infantiles o se ponían a reír sin parar en lugar de dar ideas. Estaban mejor ocupadas con las flores, ya que hacían algo útil y las mantenían centradas y en silencio para que las hermanas pudieran terminar sus tareas.

Esmeralda cogió una silla y las acompañó. Observó que los papeles que tenían delante estaban llenos de garabatos y algunos dibujitos y eso la hizo reír con ganas. Ninguna era partidaria de la lectura y la escritura e iban a necesitar su ayuda. Le iba a costar trabajo pensar en unos votos matrimoniales que irían dirigidos a su propio hermano, pero lo intentaría.

—Bueno, Val. Los votos son muy personales y solo puedo aconsejarte. No es buena idea que redacte los votos para mi hermano mayor. Lo quiero mucho, pero es demasiado…

Soltaron unas risitas y eso relajó el ambiente. Valeria puso una mirada soñadora y Cintia y Esmeralda se miraron sonrientes. Se la veía radiante de felicidad y ellas se alegraban.

—Te escucho —anunció algo nerviosa y con una pluma mágica en la mano.

—Lo importante es centrarte en el futuro. Piensa en lo que sientes por él, en la familia que tendréis y en lo mucho que le quieres. Él te adora y digas lo que digas ese día, será precioso.

—Eso espero, no he sido muy simpática con él estos años. La verdad es que no sé cómo me ha aguantado.

Cintia soltó una risotada y enseguida se calló, al ver la expresión seria de su hermana. No le hacía gracia darse cuenta de que se lo había hecho pasar tan mal, con lo que no le gustaba que la gente se lo recordara o que hicieran gracias al respecto.

Siempre se habían tratado como unos simples conocidos aunque Bruno estuvo colado por ella desde la infancia.

Esmeralda lo sabía porque tenía que oír cada día a su hermano hablando de las muchas cosas que le gustaban de ella. A veces le resultaba agotador, pero era su único hermano y le quería, además Valeria era una buena chica y en las últimas semanas habían llegado a ser buenas amigas, por lo que pensaba que haber tenido que soportar las innumerables conversaciones sobre el amor de los tortolitos, había tenido su recompensa. Ahora formaban una pareja encantadora y les deseaba toda la felicidad del mundo.

Pensaba que tenían suerte y era algo que debían valorar. Ella tuvo la desgracia de perder a su prometido y todavía sentía una tristeza desgarradora por lo ocurrido.


Benjamín siempre había tenido una mirada o una palabra amable para ella. Desde pequeños habían estado muy unidos por ser vecinos y tener personalidades parecidas: eran tranquilos, amables y amantes de los libros y la pintura.

Les gustaba practicar magia juntos y compartir opiniones de sus libros favoritos.

Siempre estuvo enamorada de él, por su belleza y simpatía. Se alegró enormemente cuando el día que cumplió dieciocho años, en su ceremonia de transición, él pidió su mano y con gran alegría toda su familia aprobó la unión.

Fue el día más feliz de toda su vida, porque como él era tres años mayor, pensaba que jamás podría estar a su nivel y se fijaría en otras chicas de su edad. Fue un alivio para su corazón ver que sentía lo mismo que ella.

La felicidad duró un año, pues después de ese tiempo, el destino decidió que ellos no pasarían juntos el resto de sus vidas.

Un trágico accidente de coche les separó para siempre y Esmeralda perdió a su amor y su mejor amigo. Esa nota de tristeza no abandonaba nunca su mirada ni su corazón y aunque se esforzaba por seguir adelante, su vida se paró aquel fatídico día.

Los Maestros comprendiendo su situación, no la forzaron a realizar un nuevo compromiso. Le dieron tiempo para que llorara su pérdida y le dijeron que cuando estuviera lista para pasar página, hablara con su familia. Si no quería volver a unirse a otro brujo, lo respetarían.

Había pasado ya un año de aquello y Esmeralda no esperaba volver a enamorarse nunca. No le preocupaba en absoluto, pero lo lamentaba por sus padres, que habían estado ilusionados con el matrimonio y los nietos que este les proporcionaría. Algo que ella ya no consideraba, aunque le pesara.


Apartó esos sombríos pensamientos y se concentró en oír las frases que Valeria anotaba en su papel y pronunciaba en voz alta, esperando la aprobación de ella y su hermana menor.

Entre bromas y risas estaban, por los comentarios de Valeria con tonos graciosos y melodramáticos, que apenas notaron una presencia ajena que las observaba.

Esmeralda sintió un ligero hormigueo en la nuca y se volvió rápido con un nerviosismo que jamás había sentido, ni siquiera cuando Valle Azul se sumió en tinieblas.

Nadia y Arturo, los padres de Valeria y Cintia, entraron entonces en el comedor.

Esmeralda se olvidó por el momento de aquello que había sentido, bien podía deberse a su imaginación. Los padres de la novia susurraban y se dirigían miradas cómplices hasta que se percataron de que las chicas estaban observando desde la mesa con gran interés.

—¿Qué pasa? —preguntó Valeria con los ojos entrecerrados.

—Absolutamente nada —aseguró la madre guiñando un ojo.

Las chicas sonrieron y la novia resopló al ver que planeaban algo sin contar con ella. No le hacían gracia las sorpresas, sin embargo sus padres estaban seguros de que la que tenían prevista le agradaría mucho. Sin decir palabra se marcharon por la puerta con gesto misterioso y se quedaron solas. Valeria estaba pensativa y les dijo que se iba a su habitación a descansar un rato.

—¿Estás bien? —preguntó Esmeralda con preocupación.

—Si tranquila, es que anoche pasé mucho rato hablando con tu hermano y me dormí tarde.

—Seguro que hablando... —insinuó su hermana con una sonrisa diabólica.

Las mejillas de Valeria se tiñeron de rojo, abrió la boca y la cerró repetidas veces, no sabía que decir ante la idea de que su hermana supiera que a veces Bruno y ella salían juntos a pasear por la noche.
—¿Que dices pequeñaja? Si ni siquiera vino a casa...

—Puede que anoche no... —añadió Cintia.

—Calla... —dijo avergonzada—. No hagas caso Esme. Mi hermana no sabe lo que dice.


—Tranquila, no eres la única que se ve con su chico a hurtadillas.
Recordó cuando Benjamín iba a verla por las noches en secreto y se sentaban durante horas en el viejo árbol que había junto a su ventana. Incluso sus padres lo sabían, pero jamás les dijeron nada ya que los dos eran sensatos pese su juventud y nunca se alejaban ni hacían nada malo.

Eran momentos felices que nunca volverían y la tristeza inundó de lágrimas sus ojos.

Valeria al darse cuenta de su estado y percatándose del posible motivo, se acercó y la abrazó. La besó en la frente y le hablo con suavidad.

—Tranquila, tendrás una nueva oportunidad cuando estés preparada.

—Eso me da igual, sólo lo quiero a él —dijo con suavidad y con voz apagada.

—Lo sé.

Se miraron y no hicieron falta palabras, había cosas imposibles y no había más remedio que aceptarlas.

—Descansa. —Le dijo a Valeria—. Yo me quedo con tu hermana y le echo una mano con su discurso para la ceremonia.

—Está bien —dijo asintiendo con la cabeza.

Desapareció escalera arriba y cuando Esmeralda miro a Cintia vio que estaba impaciente e ilusionada con que la ayudara, totalmente ajena a lo que había pasado un momento antes. Aunque todos conocían lo ocurrido, no muchos sabían entender el dolor que suponía una tragedia así.

Era normal que no supiera lo que se sentía al perder a tu alma gemela, pero en cierta medida se alegraba. No le deseaba eso a nadie y mucho menos a alguien tan joven.






Podréis encontrarlos en digital y papel aquí.



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